Como del propio titulo
se deduce, en el cuadro, un óleo sobre lienzo, se representa un hecho
histórico. Concretamente los fusilamientos que tuvieron lugar en la madrugada
del 3 de mayo de 1808 en la montaña de Príncipe Pío, a las afueras de Madrid.
Este acontecimiento tuvo lugar como represalia por parte del ejercito napoleónico
por el levantamiento popular que tuvo lugar el día anterior en las calles
de Madrid y también reflejó Goya en su obra "El
dos de mayo" o "la Carga de los
mamelucos".
En esta obra Goya no sólo se muestra como
un extraordinario pintor que refleja un hecho histórico del cual fue fue
testigo; sino que, lo que resulta más novedoso, el pintor toma parte de manera
activa en favor de los perdedores, los ejecutados, mostrando lo inhumano y
cruel de la guerra.
Toda la obra rebosa un dramatismo sin
parangón, la luz, los gestos mezclados de heroicidad final frente al terror o
al fervor religioso y los colores oscuros. Frente a esa galería de rostros de
los condenados, los soldados nos dan la espalda, forman un muro infranqueable mostrándonoslo el
pintor como una máquina ejecutora, sin rostro, sin humanidad.
La figura de la camisa blanca y el
pantalón amarillo, parece imitar el gesto de Cristo en la cruz, en una especie
de sacrificio redentor, en este caso, en su lucha por la libertad frente a la
opresión.
Frente a los pintores anteriores que
habían mostrado la guerra desde la óptica del rey vencedor que se nos aparecía
como un héroe extraído de las novelas de caballería ("Calos V en la
Batalla de Mühlberg") o los que había querido representar la rendición
bajo un ambiente de cordialidad y caballerosidad ("La rendición de
Breda" de Velázquez); Goya nos muestras unos hechos que nada tienen de
heroico o caballeresco. Goya pinta la guerra en su sentido más dramático sin tomar
partido por un bando u otro pues la guerra deshumaniza a todos por igual.
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